18 Dec 2020/ Miscelanea

Las nuevas distopías de América Latina

Por UAM Cuajimalpa a las 02:12 pm


Por Camila Osorio

En una ciudad del futuro, que quizás es Montevideo o quizás no, las clínicas están colapsadas, las personas no salen de casa sin mascarilla, los ciudadanos más pobres se han encerrado en sus apartamentos y los más ricos han escapado a hogares de lujo fuera de la ciudad. Todo eso se asimila al 2020, pero no lo es. Las algas del río de esta ciudad costera se han tornado color rojo vivo, los peces han muerto o mutado, todos los pájaros se han ido. La comida fresca escasea y a la mayoría solo les quedan restos de carne procesada para sobrevivir. El contacto del aire exterior con la piel es lo que buscan evitar a toda costa: el viento es rojo y puede despellejar los cuerpos, dejando en carne viva a las personas. “En la tele decían que la contaminación se había extendido, pero no informaban a dónde,” dice desde su cuarentena la narradora de Mugre Rosa (Literatura Random House), una nueva novela distópica de la escritora uruguaya Fernanda Trías. “Era noviembre del año pasado, digo, y la epidemia no daba señales de mejorar.”

La literatura de ciencia-ficción latinoamericana, que durante décadas estuvo eclipsada por el boom del realismo mágico, ha ganado en los últimos años un espacio más digno entre varios autores y editoriales que hasta hace poco estaban solo dedicados al realismo, o que consideraban la ciencia-ficción como algo solo para jóvenes. “Al menos en los últimos cinco años hemos puesto mayor empeño en promover el catálogo de ciencia-ficción”, asegura Eloísa Nava, editora de Random House, que, al igual que sus colegas, ha recibido en ese tiempo más manuscritos de lo usual con elementos de ciencia-ficción.

La novela de Fernanda Trías es solo un ejemplo entre varios libros distópicos preocupados por el futuro del planeta y que han salido en el último año en editoriales como Random, Alfaguara, Periférica, Planeta o Almadía: está Tejer la oscuridad (Literatura Random House), la última novela del mexicano Emiliano Monge, que imagina un mundo en 2033 en el que ya no tendremos capa de ozono y el hirviente calor duplicará a los seres humanos en dos; está también Sinfín (Literatura Random House), del argentino Martín Caparrós, en el que gran parte de los seres humanos en 2070 ya habrán alcanzado la inmortalidad; y está Aún el agua (Seix Barral), del colombiano Juan Álvarez, que avanza hacia 2232 y donde el agua escasea en buena parte de la tierra y un grupo de mujeres jóvenes debe cruzar una cortina tóxica para restablecer el ciclo hidrológico entre dos sectores del planeta que están divididos.

“En algún punto la humanidad va a tener que plantearse la gran masacre de las otras especies”, explicó Fernanda Trías a una estación de radio en Uruguay cuando se publicó su libro en su país (Random House lo publicará en el 2021 en el resto del continente y en España). Trías, al igual que Monge o Álvarez, escribieron sus novelas antes de que el coronavirus transformará nuestra vida diaria. Más que estar preocupados por la pandemia o el desarrollo de la tecnología punta –como lo hacían los clásicos de la ciencia-ficción anglosajona, desde el Frankenstein de Mary Shelley a ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick–, en estas nuevas novelas lo que hay es una profunda preocupación por la degradación del medio ambiente. “No existe tal cosa como la imaginación privada en la literatura. Es comunal”, explica Emiliano Monge sobre la razón por la que varios escritores como él están explorando con la ciencia ficción. “Son muchas imaginaciones llegando a lo mismo por intuición, porque compartimos este planeta, compartimos angustias”.


“La ciencia-ficción será el nuevo realismo”, dijo hace dos años el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, pensando en el género literario y cómo la distopía y la actualidad cada día se acercan más. “Nos puede ayudar a narrar los cambios individuales y sociales que están ocurriendo gracias al impacto de los nuevos medios y tecnologías”. Paz Soldán, gran lector y escritor de ciencia-ficción, ha experimentado con este género antes que sus contemporáneos, combinando lo distópico con las ecotragedias: su celebrada novela Iris (Alfaguara, 2014) también se preocupaba por la destrucción del medio ambiente, pero más específicamente por la explotación minera en América Latina, pintando un mundo posapocalíptico en guerra.

“Quizás antes había una mirada más condescendiente hacia la ciencia-ficción,” dice Paz Soldán, que al igual que otros escritores y editores consultados, considera que la nueva ciencia-ficción latinoamericana se diferencia de la tradicional anglosajona por ser más flexible y combinar distintos registros, como el terror o lo gótico. “En general, en Latinoamérica los géneros nunca han sido muy cerrados como en otros lugares, hay mucha flexibilidad y no hay tanto escritor de género”, explica Soldán. “EE UU tiene un mundo editorial mucho más segmentado, tienes submundos enteros dedicados a la ciencia-ficción.”

El mexicano Alberto Chimal es otro de los autores con una larga trayectoria -cinco novelas y más de 20 selecciones de cuentos- dedicada a la literatura fantástica y de ciencia-ficción. También coincide en que efectivamente se puede hablar de unos rasgos característicos del género en Latinoamérica: “Nuestra especulación está más cerca del cambio social o político que del tecnológico. A la vez, nuestras proyecciones de mundos futuros son más amplias y no están tan prototípicamente influidas y condicionadas por el norte occidental”.

Asibles, perfiladores y otras máquinas del ingenio (Almadía) es el título de la selección de cuentos de Andrea Chapela, donde abunda la chatarra high-tech del futuro incrustada en el cuerpo humano y una Ciudad de México que ha vuelto a convertirse en un lago tras un diluvio que nunca termina. “Algo está sucediendo en Latinoamérica. Se está escribiendo más ciencia-ficción como una manera de hacer literarias las metáforas de nuestro día a día. Nos estamos apropiando del género después de ser muy reactivos a las tendencias anglosajonas. El ciberpunk, por ejemplo, llegó a aquí en los noventa, una década más tarde”, sostiene la autora mexicana.

“En Latinoamérica, la ciencia-ficción ha derivado en otro tipo de mezclas, o en otro tipo de hibridez con otros géneros”, dice en la misma línea Rodrigo Bastidas, director colombiano de la Editorial Vestigio, que trabaja con nuevos autores de ciencia-ficción. Uno de ellos es El Gusano, de Luis Carlos Barragán, en el que las personas prefieren no tocarse porque sus cuerpos y sus conciencias pueden fusionarse. “Es una idea política en relación con el aumento de ideas de ultraderecha, xenofóbicas y homofóbicas”, explicó Barragán en una entrevista reciente. “Si la gente se puede fusionar, si la gente puede tener partes de las personas que odia, no se puede odiar más a los otros”.

Esta mezcla de géneros de la que habla Bastidas, que puede catalogarse como new weird, combina la ciencia-ficción clásica con el bizarro o el terror, y sobre todo con un interés más amplio por la ciencia. “El new weird en América Latina está proponiendo, a diferencia de la ciencia-ficción clásica, no atarse de manera tan fuerte a las ciencias duras como la biología, la química, las matemáticas,” dice Bastidas, “sino que está preocupándose mucho más por las ciencias humanas como la antropología, la sociología o la política”.

En el planeta seco del mexicano Emiliano Monge, por ejemplo, hay una búsqueda de los personajes de la lingüística quechua hecha con quipus; en el mundo gobernado por ciborgs de Ygdrasil (Plaza & Janés), del chileno Jorge Baradit, hay un retorno a la sabiduría indígena de chamanes Mapuches; en Habana Underguater, del cubano Erick J. Mota, las deidades yorubas exploran las redes del ciberespacio; en los cuentos de Nuestro mundo muerto, de la boliviana Liliana Colanzi, hay ruinas incas donde “algunas noches bajan naves espaciales” o una cholita a quien, tras comerse unos cactus en el desierto, “se le desvela la fecha en la que el planeta y el universo serán destruidos por una tremenda explosión”.

“¿Por qué no decir que los chamanes son científicos?”, plantea Bastidas. “Hay una epistemología científica que siempre se ha tenido en cuenta para la ciencia-ficción, que es la epistemología occidental: ciencias, matemáticas, etc. Las ciencias duras. Pero ahorita hay una revaluación de otro tipo de epistemología, como las epistemologías de los pueblos originarios, otras formas de entender el mundo, que son otras formas de ciencia no-occidentales, como formas de ciencia otras, como lenguajes científicos.”

 

Con información de El País

https://elpais.com/babelia/2020-11-26/las-nuevas-distopias-de-america-latina.html

Imagen tomada de El País

https://elpais.com/babelia/2020-11-26/las-nuevas-distopias-de-america-latina.html


Próximos Eventos