10 Jan 2019/ Miscelanea

Recordando a David Bowie: El hombre que cayó a la tierra

Por UAM Cuajimalpa a las 05:01 pm


Por Mauricio Molina

Acaso debemos al director británico Nicolas Roeg una de las trayectorias más duraderas de la historia del rock: su filme El hombre que cayó a la Tierra (1976) hizo de David Bowie una suerte de fetiche de nuestro tiempo. Evidentemente no busco aquí restar talento ni fama al icono de la música contemporánea ni menospreciar al director de culto: la grandilocuencia de uno y la discreción del otro no hacen sino engrandecer sus respectivas obras.

Acaso la muerte —reciente, dolorosa y súbita— de David Bowie nos permite atisbar una de las obras cinematográficas más interesantes de nuestro tiempo, de la misma forma en que podemos apreciar la grandeza de ambos. Tanto el discreto director de cine como la fulgurante estrella del pop entablan un diálogo entre el culto y el fulgor. Observar la obra de ambos artistas nos permite reflexionar acerca de lo popular y lo oculto, lo discreto y lo espectacular. Nicolas Roeg, autor de unos cuantos filmes que ya forman parte de lo más selecto de la historia del cine, y David Bowie —ese Bob Dylan posmoderno lleno de altibajos— nos hacen reflexionar acerca de las luces y sombras del arte contemporáneo y su recepción.

Nunca sabremos si El hombre que cayó a la Tierra fue una marca definitiva en la obra del director de cine y del rockero metamórfico, pero sí sabemos que hay un antes y un después. En 1976 David Bowie ya había trazado algunos de los rasgos fundamentales de su carrera camaleónica: había escrito canciones definitivas como Space Oddity o The Man Who Sold The World, ya había logrado discos legendarios como Hunky Dory (donde, entre otras, contenía rolas como “Changes” y “Life on Mars?”) y había desarrollado a un personaje andrógino e icónico como Ziggy Stardust. Es sin embargo con el filme El hombre que cayó a la Tierra donde el producto pop se convierte en una entidad de alcances mitológicos.

El director británico Nicolas Roeg, quien había participado como fotógrafo en filmes legendarios como Lawrence de ArabiaDoctor Zhivago Fahrenheit 451, entre otros, venía de dirigir Don’t Look Now (1973), que habría de darle una fama casi monumental. Con las actuaciones de Donald Sutherland y Julie Christie, este filme neogótico ubicado en Venecia habría de influir de manera secreta al cine europeo posterior. Algunos de los rasgos que caracterizan al cine de Roeg son la elipsis, la discontinuidad, las rupturas narrativas. Todas estas técnicas las desarrolló en El hombre que cayó a la Tierra, un filme que sólo podría tener como protagonista a David Bowie.

El hombre que cayó a la Tierra, basada libremente en la novela homónima del escritor norteamericano Walter Tevis, cuenta la historia de un personaje que viene a nuestro planeta para salvar a su familia de su propia tierra baldía, sin agua ni recursos, en franca extinción. Durante su estancia en la Tierra, el personaje encarnado por Bowie (nadie podría haberlo hecho mejor) se convierte en un acartonado empresario que se sumerge en la soledad, la adicción al dinero, el alcohol y las sustancias, una suerte de Howard Hughes o Steve Jobs, tal y como se lo presenta en los filmes más recientes. La película, filmada con un presupuesto muy bajo incluso para los estándares de su tiempo, contiene varias fortunas, la mayor de todas la de una sociedad narcisista que busca reflejarse de todas las maneras. Resulta impresionante que en el filme haya cámaras fotográficas que sirven para hacerse unas selfies muy de nuestro tiempo, así como de pequeñas esferas que contienen música a la manera de nuestros iPods contemporáneos: patentes que nos ha traído un extraterrestre de un mundo en ruinas. Nunca sabremos si este hombre viene de otro planeta o del futuro (como se nos insinúa en el filme). Los guiños a La Jetée, de Chris Marker y a Alphaville, de Godard, lo mismo que al Ciudadano Kane de Orson Welles resultan evidentes.

A cuarenta años de su filmación, El hombre que cayó a la Tierra de Nicolas Roeg sigue interrogándonos. Lo mismo sucede con la obra de David Bowie, protagonista y actor de este filme emblemático. Apenas un año después el rockero británico desarrollaría la impresionante trilogía de Berlín (1976-1979), conformada por tres álbumes que merecieron la atención de la crítica musical: Low, Heroes y Lodger, en compañía de músicos de la talla de Brian Eno y Robert Fripp y que merecerían un par de versiones orquestales nada menos que de Philip Glass. Es indudable que los temas de Bowie —la soledad, la sensación de ser un extraño en el mundo, la alienación— se enriquecieron luego de su participación en El hombre que cayó a la Tierra.

Si algo caracteriza a las obras de Bowie y de Roeg es la discontinuidad: a la trilogía de Berlín de Bowie habrían de suceder álbumes flojos y descalabrados, siempre con momentos y piezas fulgurantes. Lo mismo sucede con Roeg, quien filmara una obra absolutamente maestra como Bad Timing (1980). Ambos artistas británicos se caracterizan por utilizar formas no narrativas, discontinuidades y rupturas.

Los últimos dos álbumes de Bowie son obras maestras. Tanto The Next Day, con sus nostalgias y críticas, como Blackstar, una de sus piezas fundamentales de su discografía, constituyen el testamento de uno de los artistas más fulgurantes de la música contemporánea que trascienden géneros y fronteras.

Larga vida a David Bowie, pasajero privilegiado de nuestra era.

 

 Con información de la Revista de la Universidad de México

 http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/index.php/rum/article/view/17063/19710

 Con imagen de la Revista de la Universidad de México

 http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/index.php/rum/article/view/17063/19710

 

 


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