09 Oct 2018/ Miscelanea

Migrantes provenientes del Congo esperan en México el asilo político de Estados Unidos

Por UAM Cuajimalpa a las 12:10 pm


  • De Congo a México: 20 mil kilómetros de odisea a ningún lugar. Huyen de un conflicto interminable, en medio de la mayor crisis de refugiados en la historia.

"Si nos quedábamos, nos iban a matar", cuenta Álvaro Nguinamau: "No teníamos otra opción". Las palabras empiezan a salir con calma de su boca. Recuerda Matadi, su ciudad natal y el principal puerto de la República Democrática del Congo y de cómo todo es muy diferente aquí.

Álvaro Nguinamau narra que hace más de 13 años tuvo que irse a vivir a Angola, aproximadamente 767 kilómetros de su ciudad natal, donde solo pudo estudiar hasta la primaria. Asimismo, indica que en 2009 hubo una matanza en la que su padre perdió la vida por pertenecer a Bundu Dia Kongo, una secta político-religiosa que está enfrentada con el Gobierno. Desde entonces desconoce el paradero de su madre y de su hermana menor.

Hace cuatro meses, Nguinamau huyó de Angola, con su hermana mayor, su cuñado, y tres sobrinos. En su andar llegó a Cuba, recorrió Ecuador, la selva en Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, hasta llegar a Tapachula, Chiapas en México. A sus 16 años está en espera de lograr el asilo político en Estados Unidos; mientras tanto mantiene la esperanza en Piedras Negras, Coahuila.

La odisea de Nguinamau empezó el pasado 30 de mayo. Nadie le dijo que serían 20 mil kilómetros de viaje, que no había fecha ni destino de llegada. Nunca había escuchado de Piedras Negras. "No sabíamos nada de México ni conocíamos nada de América, solo lo que habíamos visto en las películas", admite en francés. "¿En Estados Unidos? No, no tengo familia ni amigos allá", dice en el portugués que aprendió en Angola. "Es igual, da igual", zanja en el poco español que aprendió en las últimas semanas.

"No nos importa a qué parte vamos de Estados Unidos, sólo queremos llegar", dice después de esperar 14 días en un modesto albergue a seis kilómetros de la tierra prometida, sin ninguna certeza de lo que pasará del otro lado de la frontera.

De acuerdo con Naciones Unidas, la ola de violencia en el Congo, que se vive desde 1997 a raíz de uno de los conflictos armados más crueles del mundo, ha desplazado a 4.5 millones de personas dentro de sus fronteras y ha forzado el éxodo de casi un millón de refugiados en los últimos dos años.

La mayoría de los desplazados se quedan en los países vecinos, un número menor llega a las puertas de las antiguas metrópolis coloniales en Europa y una fracción minúscula decide probar suerte en un camino insólito, del otro lado del Atlántico. La ruta se dibuja a través de un complejo entramado de contactos, mafias, restricciones migratorias y recovecos geopolíticos.

Sacan una visa para Cuba, vuelan a Ecuador porque no les pide visa, cruzan en autobús a Colombia, se adentran en lancha al istmo centroamericano, caminan por la selva hacia el norte, y culminan en el desierto el tramo mexicano. Todo esto mientras más de 25 millones de refugiados abandonan sus hogares por otros conflictos y buscan las mismas oportunidades en todo el mundo. "Jamás se había visto algo así", sentencia Chris Boian, portavoz de la oficina de Acnur en Estados Unidos.

Charlie, una refugiada de Kinshasa de 31 años, señala que la ruta americana es mucho más larga, menos competida, pero igualmente peligrosa que las otras. "La llamamos la ruta de la muerte". Casi 400 inmigrantes africanos, en su mayoría congoleños, han llegado en los últimos tres meses a Piedras Negras. Alrededor de un centenar aún esperan resolver su situación migratoria, según el Gobierno local.

El Gobierno ha abierto siete albergues y ha creado una lista informal para gestionar los trámites, que duran varias semanas, incluso meses. Luego tienen que defender su petición y justificar que su vida corre peligro ante un juez en Estados Unidos. El compromiso de los estadounidenses es agilizar el proceso y aceptar hasta 10 personas por día. A veces piden una familia, otras piden hombres solteros, hay días en los que no piden a nadie, explican los encargados de los albergues.

Jojo, un activista congoleño de 44 años, menciona que la espera es la parte más complicada, “sentir que estoy a punto de llegar", pues sólo un puente de 565 metros divide a Piedras Negras de Eagle Pass, en Texas. En el lado estadounidense, un campo de golf corona el paso fronterizo. Del lado mexicano, un apacible malecón se extiende a lo largo del río Bravo. La tentación de cruzar —solamente un río más— es grande, pero los peligros también. Al menos 296 inmigrantes han muerto este año mientras intentaban alcanzar territorio estadounidense.

Para los migrantes africanos, México es un cuello de botella que se origina del otro lado de la frontera; pues en 2017 el gobierno de Donald Trump redujo el número de vacantes para todos los refugiados y sólo a 45 mil de todo el mundo, la cifra más baja desde 1980. La administración del actual Presidente estadounidense ha fijado para este año el número de acogida en 30 mil, el mínimo histórico.

El número de refugiados congoleños admitidos en Estados Unidos cayó un 78 por ciento en menos de un año, al pasar de 5 mil 179 en el último trimestre de 2016 a un mil 154 para el mismo periodo de 2017, de acuerdo con los últimos datos disponibles.

Las altas tasas de rechazo suponen un reto para las autoridades en ambos lados de la frontera. "Deportar a un africano no es fácil, sobre todo por el aspecto económico", indica el padre José Valdés, el coordinador de la red de albergues. México está optando por ampliar los permisos de tránsito de 15 días que ya dio a los solicitantes de asilo. Según datos oficiales, entre enero y agosto de este año han sido expulsados 240 congoleños, 25 por ciento más que en el mismo periodo de 2017.

"No sabemos cuándo", dice Jojo resignado. En la última parada de un recorrido por más de 10 países solo queda esperar. "Si Dios quiere, cruzamos hoy, lo único que sabemos es que no vamos a regresar", agrega antes de volver con su familia y otros 120 inmigrantes que aguardan su turno para llegar a Estados Unidos. Del otro lado del mundo, tras cuatro meses de viaje, en una odisea hacia ningún lugar.

Con información de El País      

https://elpais.com/internacional/2018/10/06/mexico/1538785789_114057.html

Con imagen de El País

https://elpais.com/internacional/2018/10/06/mexico/1538785789_114057.html

 

 


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